domingo, 4 de junio de 2017

Desde el momento del Diluvio Universal

La antigüedad de los primeros habitantes de la Patagonia se remonta a los 11.000 años, hacia el final del último periodo glacial, según el estudio con radiocarbono que se efectúo en Cueva de Fell (Tierra Fuego).                                              Hermanados con estos primeros habitantes, en la región de Aysén se reconocen 3 Pueblos Originarios: Chonos y Kawaskar (Alacalufe) en el litoral y Aónikenk (Tehuelches) en la pampa.
De su larga estadía en estas tierras se conocen y conservan diversas manifestaciones de su cultura, lo que se complementa con los relatos de viajeros y expedicionarios que se contactaron con ellos y lograron apreciar sus estilos de vida y rica cosmovisión.
El pueblo Tehuelche, denominación dada por los Mapuches a este grupo por su bravura, que significa “"gente arisca"”, habitaba desde el Estrecho de Magallanes hasta el Río Negro, abarcando la Patagonia oriental y occidental.
Su presencia está manifestada en puntas de flechas, boleadoras, utensilios en piedras y principalmente en las numerosas Pinturas Rupestres que se encuentran en cuevas, aleros, casas de piedras y paredones.
En Aisén, por las pinturas rupestres sabemos que los tehuelches ocuparon esta región desde al menos 8.000 años y en especial para el área del Valle del Río Ibáñez se estima una ocupación humana que se remonta a 5.000 años.
Se sabe que en la región existen al menos 85 sitios conteniendo pinturas rupestres, de las cuales 50 se ubican entre Puerto Ibáñez y Cerro Castillo, en su mayoría en la ribera sur del Río Ibáñez. Es en este valle donde encontramos el único sitio abierto al público en la región denominado Paredón de las Manos, ubicado a 3 Km de Villa Cerro Castillo y que posee la categoría de Monumento Nacional. En esta misma área se ubica “La Guanaca”, la pintura rupestre más reconocida por el común de la gente.
El estudio de las pinturas en Aysén lo inició Luis Felipe Bate en 1963, mientras aún cursaba enseñanza media en Liceo San Felipe Benicio de Coyhaique. En 1969 Hans Niemeyer realiza estudios en la Cueva de Las Manos en la zona de Chile Chico. A partir de 1983 Francisco Mena ha continuado las investigaciones.
Gracias a ellos y a otros estudiosos del tema, es que hoy contamos en Aisén con información sobre el maravilloso mundo de este pueblo originario.
Al estar en algunos de estos sitios en presencia de pinturas rupestres es natural preguntarse ¿por qué pintaban? ¿qué significado tienen? ¿qué mensaje encierran? ¿qué los impulsaba a dejar grabados en rocas signos y símbolos? ...
Preguntas no fácil de responder. Lo que sí se sabe es que es una costumbre que está presente en muchas culturas indígenas, repartidas en diversos puntos del planeta y practicada en el transcurso de miles de años.
Muchos estudiosos del tema descartan que hayan pintado sólo como un pasatiempo o por un afán decorativo, concluyendo, más bien, que se trata de una expresión del espíritu humano relacionada con la vivencia diaria, integrada a la organización social en la cual se desenvuelve la cultura, sin la cual tales manifestaciones carecen en absoluto de sentido.
Se plantea que las pinturas representarían una concepción global de la existencia, integrando lo sagrado con lo cotidiano, una expresión compartida por todos, una tradición.
Tal vez el hecho de participar en algo tradicional y comunitario reforzaba el sentimiento de cohesión del grupo, reforzando además el sentimiento de pertenecer a una integridad cósmica y reconocer cierto control sobre la naturaleza, lo cual le brindaba seguridad.
El motivo de pintar manos (el más recurrente en todas las partes del mundo) y no animales, figuras geométricas o personas, no está bien definido. Se plantean varias posibilidades: manifestación de haber visitado el lugar, como rúbrica, recuerdo de personas fallecidas, comunicación con espíritus ancestrales, señales para otros visitantes, invocación de fuerzas, testimonio de un pacto, etc.
Los guanacos corriendo en hileras, guanacas preñadas o amamantando a la cría, se ha interpretado como una invocación en pro de la fertilidad y proliferación de estos animales tan importantes para su subsistencia.
La pintura rupestre de grecas (motivos geométricos abstracto) se inició desde hace unos 1.000 a 700 años, probablemente como consecuencia de la llegada a la Patagonia de nuevos grupos que se mezclaron con los existentes, dando origen seguramente a los grupos encontrados a la llegada de los europeos a la zona.
Con relación a las técnicas utilizadas: para las manos en positivo se pintaban la mano y la aplicaban sobre la pared; en el caso de negativos ocupaban pigmentos de minerales provenientes de la oxidación de las rocas de los alrededores, los pigmentos debieron ser molidos y calentados al fuego y mezclados con yeso para permitir la adhesión a la pared, agregándole luego grasa. La mezcla resultante era soplada con tubos o directamente con la boca, utilizando la técnica del "sopleteo"o "estarcido".

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